Introducción: El Sueño de las Máquinas que Piensan (por Nosotros)
En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una curiosidad académica a convertirse en el nuevo tótem corporativo. Está en los discursos, en los comités de innovación, en las licitaciones públicas... y, por supuesto, en las presentaciones en PowerPoint con títulos como “Transformación digital y futuro cognitivo de la empresa”.
¿Pero qué es exactamente esta IA que tantos prometen y pocos entienden? A grandes rasgos, se trata de sistemas capaces de aprender de los datos, reconocer patrones complejos y tomar decisiones sin intervención humana explícita. Y cuando se trata de gestión empresarial, sus potencialidades son, en teoría, infinitas:
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Automatizar decisiones rutinarias.
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Anticipar quiebres en la cadena de suministro.
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Detectar fraudes financieros.
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Personalizar ofertas de productos en tiempo real.
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Optimizar procesos productivos, logísticos y de recursos humanos.
Es, literalmente, el sueño del gerente: una máquina que trabaje 24/7, sin sindicatos ni licencias médicas, y que encima prediga el futuro.
Pero antes de analizar cómo funciona realmente esta tecnología, hagamos una breve parada en la historia.
Un Poco de Historia: De Turing al Perceptrón y Más Allá
La historia de la IA comienza formalmente en los años 50, cuando Alan Turing planteó su famosa pregunta: “¿Pueden las máquinas pensar?”. Pero los primeros intentos concretos de imitar esa “inteligencia” surgieron con una mezcla de lógica, probabilidad... y algo de fe.
En 1957, Frank Rosenblatt presentó uno de los modelos más influyentes en la evolución de la IA: el Perceptrón. Inspirado en las neuronas biológicas, el perceptrón es el antepasado directo de las redes neuronales actuales. Consiste en una función matemática que recibe entradas, les asigna pesos, calcula una suma ponderada y aplica una función de activación,
Aunque brillante, el perceptrón tenía limitaciones: solo podía resolver problemas linealmente separables. Esto fue evidenciado por Minsky y Papert en 1969, lo que dejó congelada la investigación por años.
La historia dio un giro en los años 80, con la redescubierta del algoritmo de retropropagación del error (backpropagation), lo que permitió entrenar redes neuronales multicapa (MLP) capaces de resolver problemas no lineales y complejos.
¿Cómo Funciona la IA en Gestión Empresarial? (En Términos Humanos)
Detrás del glamur, la IA empresarial sigue un flujo relativamente simple:
1. Recopilación de Datos
Ventas históricas, clics, reclamos, costos, correos. Sin datos limpios, no hay IA, ni milagros.
2. Entrenamiento del Modelo
Se alimenta un algoritmo con los datos. Este “aprende” patrones, como que los clientes que se quejan dos veces en una semana probablemente abandonen el servicio.
3. Predicción o Clasificación
El modelo ahora puede estimar resultados futuros: qué cliente comprará, qué proyecto retrasarse, qué centro de costos está a punto de explotar.
4. Retroalimentación
Con el tiempo, el sistema se ajusta (si alguien se acuerda de actualizarlo).
IA en la Práctica: La Caja Negra que Todos Usan (y Nadie Entiende)
En teoría, todo está controlado. En la práctica, muchas empresas usan IA como si fuera magia negra: entra una tabla de Excel, sale una predicción, nadie sabe qué pasó en el medio.
- El gerente dice: "Según el modelo, debemos invertir en la región norte."
- El equipo pregunta: "¿Por qué?"
- Y la respuesta es: "Porque... IA..."
En muchos casos, se reemplaza el pensamiento estratégico por una justificación algorítmica, lo que da lugar a errores sutiles, pero sistemáticos… y perfectamente graficados en dashboards interactivos.
Conclusión: Inteligencia Artificial o Ignorancia Algorítmica (con retroalimentación cibernética incluida)
La inteligencia artificial aplicada a la gestión empresarial promete eficiencia, predicción y automatización. Y, hasta cierto punto, lo logra. Pero su verdadero impacto no se juega en el nivel del código, sino en el sistema organizacional que la contiene. Porque la IA no es una entidad aislada que “piensa por sí sola”, sino una parte —más o menos opaca— de una red interdependiente de decisiones humanas, estructuras jerárquicas, sesgos no declarados y KPI mal formulados.
Desde el pensamiento sistémico, ya lo advertía Russell Ackoff: "el problema de fondo no es hacer las cosas bien, sino hacer las cosas correctas". Y eso implica mirar al sistema completo: no solo los datos de entrada y los resultados de salida, sino las reglas del juego, las metas, las interacciones invisibles y, sí, los modelos mentales de quienes están tomando decisiones (o dejándolas en manos del modelo sin saber cómo ni por qué).
En este marco, Humberto Maturana nos recuerda que todo sistema social es un sistema conversacional, donde los seres humanos no operan como máquinas racionales, sino como seres emocionales que coordinan acciones a través del lenguaje. Entonces, si aplicamos IA sin preguntarnos cómo modifica nuestras conversaciones, nuestras decisiones y nuestros modos de observar el mundo... simplemente estamos agregando complejidad algorítmica a un sistema que ya era complejo por naturaleza. Y peor: sin hacernos cargo de las consecuencias.
Por su parte, Stafford Beer, el padre de la cibernética organizacional, desarrolló el Modelo de Sistema Viable (VSM) precisamente para entender cómo una organización puede adaptarse en entornos inciertos. Su enfoque no hablaba de redes neuronales, pero sí de retroalimentación, autonomía controlada, autorregulación y la capacidad de un sistema de aprender sobre su propio aprendizaje.
Y aquí viene la paradoja: muchas organizaciones que “usan IA” no tienen claro qué datos usan, cómo se entrenó el modelo, ni si su aplicación es coherente con los fines estratégicos del negocio. Se entusiasman con las salidas, pero ignoran los mecanismos internos. En términos cibernéticos: hay entrada, hay salida… pero no hay consciencia del sistema de control.
Así, lo que se anuncia como “transformación digital” es muchas veces la automatización de la inconsciencia organizacional, una especie de piloto automático algorítmico que navega por tormentas sistémicas con una sonrisa en el dashboard y cero comprensión del timón.
Entonces, si realmente queremos aplicar inteligencia artificial de forma inteligente, debemos recuperar el control sistémico del proceso. Comprender qué hace el modelo, pero también qué hace el sistema con lo que hace el modelo. Diseñar retroalimentaciones efectivas. Fomentar conversaciones reflexivas. Y recordar, como diría Maturana, que toda tecnología que transforma el hacer, transforma también el observar.
Porque si no, la IA no será una ayuda. Será una excusa. Una caja negra de decisiones donde nadie es responsable, y todos se esconden detrás del algoritmo. Y lo más trágico: con una interfaz amigable y un botón verde que dice “predecir”.
Finalmente: ¿No es controversial que tengamos modelos que “aprenden” en organizaciones que no se dan el tiempo de aprender?
¿Has vivido experiencias donde la IA resolvió algo... o lo complicó todo porque nadie entendía el sistema detrás? Cuéntalo en los comentarios.
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